El mito mesopotámico más conocido y completo sobre la creación es de origen acadio y toma su nombre de las palabras con que empieza: “Enuma Elish” (“Cuando en lo alto…”).
Se trata en realidad de un canto de alabanza dedicado al dios Marduk y a su ciudad, Babilonia, y presenta el universo como si se tratase de una organización política. El “Enuma Elish” se remonta aproximadamente al año 1900 a.C., aunque la versión que ha llegado hasta nosotros es probable que se compusiera hacia el 1100 a.C. Según el “Enuma Elish”, en los tiempos en que tanto los cielos como la tierra estaban aún sin formar, tan sólo existían las aguas dulces (el dios Apsu) y las aguas saladas primigenias (la diosa Tiamat). Con el paso del tiempo, ambas se unieron y Tiamat dio a luz a Lahmu y Lahamu. El mundo fue poco a poco cobrando forma y de la unión de estos últimos nacieron Anshar y Kishar, los límites del cielo y la tierra que se encuentran en el horizonte. Anshar dio a luz a Anu, el cielo (“An” es el “cielo” en sumerio) y Anu a su vez engendró a Ea (o Enki entre los sumerios), el astuto dios que con el tiempo destronaría a Apsu para convertirse en el dios de las aguas dulces.
A medida que el mundo fue haciéndose más y más complejo, todos estos seres fueron adoptando una actitud mucho más activa, hasta que empezaron a aflorar tensiones y conflictos entre los dioses de la primera generación y el resto de las divinidades posteriores, mucho más emprendedoras y las cuales encarnaban, precisamente, las facetas humanas. Así, cuando estas últimas empezaron a jugar y gritar, perturbando la tranquilidad de Apsu y Tiamat, Apsu propuso exterminarlas para restablecer el silencio, a lo que Tiamat respondió airada e incrédula: “¿Cómo vamos a acabar con lo que nosotros mismos hemos creado?”. No obstante, a pesar de las protestas, Apsu tramó en secreto la muerte de los dioses jóvenes. Pero Ea, haciendo honor a su condición de divinidad más astuta, logró vencer a su padre ante la estupefacción de los otros dioses recitando un conjuro que lo sumió en un profundo sueño, tras lo cual le quitó la corona y su manto de terribles rayos, y lo mató. Después de vencer a Apsu, Ea se quedó con el poder del reino profundo océano de agua dulce, también llamado “apsu”, y construyó en lo más alto del mismo su propio templo, donde se fue a vivir con su esposa Damkina. Allí engendraron a su hijo, el bello y poderoso Marduk, mucho más agraciado que cualquiera de sus predecesores, pues dado que tenía cuatro ojos y cuatro orejas, poseía una vista y un oído excepcionales. Anu, el abuelo de Marduk, creó a los cuatro vientos para que el jovencísimo dios pudiera jugar con ellos, pero sus juegos acabaron dando lugar a tormentas en la superficie de la Tiamat, el mar, que perturbaron la tranquilidad de los otros dioses. Estos, molestos, empezaron a acusar a Tiamat por no haber vengado la muerte de su esposo Apsu, hasta que al final, harta ya de tanta crítica, la diosa decidió acabar con el joven Marduk. Para ello creó once dragones y otros tantos terribles monstruos y los encomendó al dios Qingu, a quien también entregó la “tablilla de los destinos” para que ostentase el poder supremo en su nombre. Cuando los dioses supieron las intenciones de Tiamat, fueron presas una vez más de un intenso pánico.
Como en la ocasión anterior, Ea intentó interceder ante Tiamat, pero no tuvo éxito. Entonces llegó el turno de Anu, quien retrocedió nada más ver a la airada diosa, mucho más temible aun que el propio Apsu. Al final, los dioses suplicaron a Marduk, el poderoso hijo de Ea, que los salvase. Marduk accedió a luchar contra Tiamat, pero con la condición de que antes se le invistiera con el poder absoluto sobre los demás dioses. Las divinidades, que se habían reunido en torno a un banquete y habían bebido una gran cantidad de cerveza, aceptaron de inmediato la condición impuesta por Marduk. Así pues, la institución de la realeza surgió en unas circunstancias anormales con el fin de garantizar la integridad de todo el colectivo de dioses y a Marduk se le concedió el poder mágico de gobernar sobre las otras divinidades: “De ahora en adelante, ninguno de nosotros actuará en contra de tus órdenes”. Después de recibir los atributos propios de su nueva condición de rey y hacer acopio de una colección de temibles armas, Marduk se dispuso a combatir a la imponente Tiamat. Lo primero que hizo fue enviarle a los cuatro vientos que habían motivado su ira para que la enfurecieran aún más. Cuando Qingu y los otros partidarios de la diosa fueron presa del caos y la confusión, Marduk hizo que los vientos penetrasen en la boca de la diosa e inflaran su vientre, tras lo cual le arrojó una flecha y la partió en dos. A continuación, envolvió al ejército de la diosa con su red y arrebató la “tablilla de los destinos” a Qingu, que se introdujo en su propio pecho. Tras la derrota de Tiamat y la captura de la “tablilla de los destinos”, Marduk se convirtió en soberano indiscutible de todos los dioses. En su nueva condición de dios y soberano, inició un ambicioso proyecto en el que la derrota de la temible diosa del océano tan sólo había sido un primer paso, pero fundamental, en su objetivo de instaurar un nuevo orden en el universo. Marduk contempló el cuerpo sin vida de Tiamat sin saber qué hacer con él, hasta que decidió partirlo en dos mitades y con ellas creó el cielo y la tierra. Después, para subrayar su legitimidad como sucesor del trono de Ea, Marduk construyó su palacio en el cielo, Esharra, por encima de donde su padre había levantado su residencia en lo alto del “apsu”. A continuación dirigió su atención al cielo y creó las constelaciones, enseñó a la luna su ciclo mensual y creó las nubes de lluvia con la saliva de Tiamat.
Acto seguido dio forma a la Tierra con la mitad superior del cuerpo de Tiamat. Para ello hizo que de sus ojos fluyeran el Tigres y el Éufrates, y convirtió sus pechos en sendas montañas de las que fluían torrentes de agua dulce. En recuerdo del combate que mantuvo con la diosa, convirtió en estatuas los cuerpos de los once monstruos de Tiamat y los colocó a la entrada del templo de Ea. Los dioses estaban encantados con los cambios que Marduk había introducido y no dudaron en reafirmar su condición de soberano de todos los dioses. Así, si en un principio le habían otorgado dicho título como simple medida de emergencia, ahora reconocían su indudable capacidad para llevar a buen puerto el gobierno del universo. Marduk, a su vez, les ordenó construir una ciudad que hiciera las veces de palacio y de templo, y se llamaría Babilonia.Además decidió dar vida a una nueva criatura: “Déjenme poner sangre junta y unos cuantos huesos. Déjenme crear un salvaje primigenio al que llamaré Lullu, el hombre. Dejen que haga el trabajo más penosos de los dioses de manera que estos puedan holgar a su gusto”. Entonces Marduk reunió a todos los dioses y les pidió que dijesen el nombre de aquel que había liderado la revuelta contra Tiamat. Todos señalaron a Qingu, a quien como castigo cortaron las venas. De la sangre que brotó, y siguiendo las ingeniosas instrucciones de Marduk, más allá de todo entendimiento humano, Ea creó la humanidad. A pesar de haber creado al hombre para cavar las acequias de los campos, los dioses terminaron la construcción del palacio y el templo de Babilonia con sus propias manos. Una vez concluidos, se celebró un banquete en el cual adoraron las armas con que Marduk había derrotado a Tiamat y recitaron los cincuenta nombres del dios,
cada uno de los cuales aludía a algún aspecto de su personalidad, de su culto o de sus hazañas. Pero el “Enuma Elish” sugiere también otra visión de la formación del universo, en la que éste aparece dividido en varios dominios: el reino de Anu, que conformaba el reino superior, el reino de Enlil, que constituía un cielo inferior situado bajo la tierra; y, por último, debajo de éste se hallaba el abismo u océano de agua dulce conocido como “apsu”.
Según otras versiones de este universo dividido en estratos, el reino de Anu quedaba en lo alto, a continuación venía el reino de los dioses Igigi (los dioses sumerios del cielo) y, por último, el reino de las estrellas, el más próximo a la Tierra. Además en ocasiones se menciona un mundo subterráneo donde moraban los muertos, si bien no en las mismas condiciones que los vivos. A este reino se llegaba por medio de dos tramos de escalera situados en los horizontes oriental y occidental.
Fuente: http://my.opera.com/jreynav/blog/2008/12/11/el-mito-mesopotamico-de-la-creacion-enuma-elish